Mis amigas saben que soy muy fanática de Tamara Tenenbaum. Consumiendo a Tamara conocí a autoras que me fascinan y desarrollé la habilidad de esperar religiosamente los domingos para leer su columna. Hace una semana Tamara escribió reflexiones muy interesantes sobre una serie, que, como buena dogmática, tuve que ver.
La serie se llama Scenes From a Marriage, y es una remake actual que hizo Hagai Levi a la versión clásica de Ingmar Bergman del 73´. Las grandes diferencias que tiene de esa primera versión original, es la inversión de roles de género de los protagonistas y que introduce algunos marcos normativos actuales respecto a monogamia vs. relación abierta. Además Jessica Chastain y Oscar Isaac se dejan la vida en los personajes.
La serie tiene solo cuatro capítulos y relata la historia de Mira y Jonathan, un matrimonio que entra en “crisis”. Cada capítulo refleja un salto temporal y una etapa distinta de Mira y Jonathan, que nos va mostrando, desde el supuesto hecho desencadenante de la ruptura del matrimonio, hasta los intentos por terminar con todo o reconciliarse. Sin embargo, lo que más me llamó la atención de la serie es que salvo un capítulo, todas las escenas transcurren en una casa, el afuera solo existe narrado por las perspectivas de los protagonistas y las únicas personas que dialogan son ellos. Frente a cualquier situación que atraviesan, Mira y Jonathan, están permanentemente dialogando.
Del amor y de las relaciones hablamos todos, todo el tiempo. Y aunque la serie, en definitiva y a pesar de todo, es sobre amor, a mi particularmente me obsesionan las palabras. Los protagonistas lo único que hacen es hablar, y cuando es el otro quien inhabilita el camino de la palabra, se lo retiene y si es necesario se recurre a la violencia. La palabra aparece siempre como unión, o más bien como rehén. No deja ir al otro, lo lastima pero sobre todo devela las fragilidades y carencias propias. Los diálogos de la serie son extremadamente creíbles, rozan demasiado lo casual, y sí no fuera porque al principio se rompe la cuarta pared, dejando al espectador espiar a los actores entrando en personaje, no creeríamos que está guionada por alguien.
El personaje de Oscar Isaac es un académico, profesor de filosofía, que quiere resolver el conflicto hablando permanentemente, en contraposición el personaje de Jessica Chastain, quién es más resolutiva y todo se limita a la huida o al sexo. Todas los diálogos tienen un ritmo de tensión y paranoia, en donde cualquier palabra que diga el otro puede ser el motivo para no verse nunca más o el desencadenante de una fantasía en donde todo se puede superar.
Cuando ni la familia, ni el “amor”, ni la plata, ni el compañerismo alcanzan para que dos personas sigan juntas, la palabra aparece para Mira y para Jonathan como abrojo, pero ¿Qué hay después de las palabras? Los protagonistas, como en todo proceso de duelo, vivencian la separación a destiempo. Mientras que Mira es en principio, quien ruega salir de ese matrimonio que la agobia, Jonathan forcejea con ella para que no se vaya. Pero en el salto temporal, vemos que los roles se invierten, y es Mira quien forcejea, llegando a utilizar la violencia, para que Jonathan no se vaya. No hay mayor expresión de vulnerabilidad que rogarle a alguien que se quede. Los protagonistas saben que sin palabras de por medio, no queda nada más por hacer, y prefieren el sexo o la violencia antes que el vacío de la soledad.
Federico Falco, en su libro Los Llanos, dice “Es rarísimo ser uno, estar adentro, todo el tiempo uno consigo mismo, conocerse en cada miseria. Y calculando cuánto ven los otros, qué se imaginarán, qué uno deja que sepan. Estar adentro con uno y no decirlo. Silencio. Silencio”. Después de las palabras, quedan las propias. Cuando dos personas deciden dejar de verse hay todo un universo simbólico y un lenguaje que deja de existir. Irremediablemente hay que vérselas con un agujero emocional cuando se cae en la cuenta de que el idioma en común se extinguió. Pero quizás no nos quedamos sin palabras, sino que en realidad nos quedamos sin las palabras del otro y habrá que hacer un esfuerzo para entender que ese tiempo interior que narra Falco, es una compañía, son nuestras palabras y como propias, vale la pena seguir dialogando con nosotros mismos, incluso en la soledad y el dolor.
Cuando todo nos empuja a ir para adelante, a agarrar lo que tenemos y no mirar nunca para atrás bajo la excusa del imperativo de la felicidad, Scenes from a marriage nos recuerda lo traumático y doloroso de una separación, pero sobre todo, el peso mortal y el poder de las palabras.
-agustina.